La figura del paciente se va incorporando, poco a poco, a la investigación de mercados farmacéutica. Pero aún queda mucho trecho por recorrer en este camino. Por delante hay un amplio horizonte que puede abrir grandes oportunidades para quien sepa escuchar a este, con frecuencia, convidado de piedra.
El reparto de papeles en la consulta está, en principio, bastante claro: el médico pone la ciencia y, el paciente, como su apelativo indica, la paciencia. O, dicho de otra manera, el médico es quien detenta el saber y la autoridad que del mismo se deriva y el paciente acata, dócilmente, sus prescripciones: por lo general, un conjunto de medidas higiénico-dietéticas y farmacológicas.
Este es un modelo de toda la vida, con orígenes que se pierden en la noche de los tiempos, cuando el saber del entonces “médico” tenía un carácter que hoy calificaríamos como “mágico”.
Lo cierto es que, independientemente del paso del pensamiento mágico al científico, dicho modelo constituye la base del vínculo terapéutico: es decir, la relación que se establece entre médico y paciente, la cual representa un ingrediente activo del tratamiento. Efectivamente, la confianza del paciente en el médico y la aceptación de su autoridad son requisitos básicos para que, ciertamente, se cumplan, satisfactoriamente, los objetivos terapéuticos.
Pero, ¿es realmente así?. Se aprecia, más bien, que la concepción tradicional del vínculo terapéutico se tambalea. La sociedad cambia, y lo hace cada vez más deprisa. Y ello, concretamente, se deja notar en la práctica de la medicina. La figura del médico “ya no es lo que era”.
La ciencia
Lo sabe el médico, cuya función como sanador tiene, en el mundo real, múltiples condicionantes:
• Su trabajo, muchas veces, es más el de un gestor de recursos que el de un médico en el sentido tradicional del término: las consideraciones económicas vienen a competir, no pocas veces, con las estrictamente terapéuticas.
• Lo anterior no es únicamente aplicable a la administración de los recursos farmacológicos. También lo es a la gestión del tiempo. Hay que hacer una medicina social que permita atender a todos y sin demasiada demora. Lo cual, qué duda cabe, es difícilmente compatible con una atención tan personalizada como muchas veces sería deseable.
• Por otro lado, el saber del médico ya no viene, como en esa noche de los tiempos, del Gran Espíritu. Y hoy podemos calificar a éste de mítico, pero en su momento era muy fiable y, además, entroncaba de manera muy directa con la experiencia del sanador. Hoy en día, su saber viene de otro “gran espíritu”, pero más terrenal: la evidencia científica. Evidencia que presenta obvias ventajas sobre el pensamiento mágico, pero que no deja de presentar, también, algunos inconvenientes para quien ejerce la medicina:
- Está claro, por una parte, que la evidencia científica tiene limitaciones que le son inherentes y de las cuales el médico es consciente (se asume que lo que hoy se da por demostrado, mañana pueda ser rebatido). Incertidumbre.
- Pero sucede, además, que la evidencia científica no nace libre de todo pecado. Los estudios son propulsados por la industria farmacéutica, la cual tiene sus propios intereses económicos. Más incertidumbre.
- Y todo ello con la particularidad de que la hegemonía de la evidencia convierte a la experiencia en una fuente de saber de rango menor, no demasiado fiable, sólo aplicable cuando la evidencia no tiene ya mucho que decir. El conocimiento que aportan y acumulan los ojos, oídos y corazón del médico no merece demasiado crédito. Aún más incertidumbre.
¿Puede seguir diciéndose, hoy en día, que el médico es “el sanador”?. Las tendencias actuales parecen apuntar, cada vez con más fuerza, en la dirección de que quien sana es el Sistema Sanitario, quedando el médico como un elemento de dicho Sistema. Y esto, qué duda cabe, puede ser vivido por el médico como un cierto cuestionamiento de su identidad profesional.
La paciencia
También el paciente sabe que “el médico ya no es lo que era”:
• El saber del médico cada vez está más banalizado. Hoy en día es fácil acceder a la información relacionada con una patología desde cualquier ordenador conectado a Internet. Por no hablar de la medicina de divulgación, presente en todos los medios de comunicación. Los cuales, adicionalmente, también se encargan de airear, “a bombo y platillo”, los errores médicos que a veces trascienden a la opinión pública.
• El paciente constata, cuando acude a la consulta, la presión del médico y que éste no le presta la atención que desearía.
• Y, por encima de todo, el paciente ha asumido que la salud es un derecho. Un derecho que no sólo incumbe a lo físico, sino también a lo psicológico y, cabría decir, a lo vital. En estos tiempos, salud y felicidad son, casi, sinónimos (la publicidad se encarga de recordárnoslo continuamente). Por tanto, cuando acude a la consulta del médico, ya no es para pedirle salud, es para exigírsela.
El médico “ya no es lo que era”. Pero el paciente tampoco. La figura clásica del paciente va siendo sustituida por la del “cliente del Sistema Sanitario”. Y un cliente tiene bastante menos paciencia que un paciente.
La consecuencia
Con los antecedentes expuestos, el desencuentro está, prácticamente, garantizado: un médico que, habiendo perdido muchos de sus referentes, ha de atender a un paciente cuyas expectativas y cuyo nivel de exigencia le hacen sentirse desbordado.
La autoridad del médico y la confianza del paciente se hallan seriamente mermadas.
En efecto, el vínculo terapéutico está en crisis. Escuchando a unos y a otros, a veces da la impresión de que médicos y pacientes son enemigos. O, al menos, colaboradores forzosos.
Y ello tiene consecuencias:
• Desde un punto de vista pragmático:
- Las prescripciones higiénico-dietéticas forman parte de una mecánica en la que nadie cree. El médico sabe que es algo que hay que hacer para “cubrir el expediente”, pero su confianza en ser escuchado por el paciente es prácticamente nula.
- El propio cumplimiento del tratamiento farmacológico es uno de los grandes caballos de batalla de la medicina.
• Desde un punto de vista subjetivo, la insatisfacción de las partes. Y, en particular, la insatisfacción del médico con el desempeño de un rol que se aleja bastante de lo que alguna vez soñó.
Porque, a la postre, el momento del encuentro con el paciente es la piedra angular del ejercicio de la medicina. Un momento que, a pesar de los pesares, sigue siendo el médico quien ha de saber manejar de una manera que resulte satisfactoria para todas las partes implicadas. Y lo cierto es que el médico cada vez se siente más incómodo y tiene más dificultades para saber manejar dicho momento.
El paciente, ese gran desconocido …
El paciente quiere sentirse escuchado. Y es lógico. Ir al médico suele ser consecuencia de sentirse enfermo. Un tipo de situación que, en mayor o menor medida según los casos, suele tener su impacto vital. Desconcierto, sufrimiento, miedo… son ingredientes habituales en tal experiencia. Y una manera muy humana y comprensible de intentar elaborarla es expresando las vivencias que uno tiene.
Ahora bien, ¿quién quiere escuchar las “historias” del paciente?... Efectivamente. Y, en principio, parece que al médico podría corresponderle realizar tal tarea. Pero no tiene tiempo ni recursos para satisfacer los deseos del paciente en este sentido.
Lo que sucede es que tales “historias”, en muchas ocasiones, no dejan de tener su valor si realmente se quiere comprender al paciente:
• ¿Cómo impacta la patología en su calidad de vida?
• ¿Asume su enfermedad?
• ¿De qué manera están condicionados sus hábitos cotidianos por la misma?
• ¿A qué causas la atribuye?
• ¿Cómo afecta a sus relaciones personales?
• ¿Y a su estado psicológico?
• ¿Cuáles son sus expectativas y temores con respecto al tratamiento?
• ¿Espera curarse?
• ¿Hasta qué punto desea hacerlo? (¿obtiene beneficios secundarios?)
• ¿Cómo se imagina que actúan los fármacos?
• ¿Busca información relacionada con la patología?
• ¿En qué canales?
• ¿Intenta relacionarse con otros pacientes?
• Etc., etc, etc.
La cuestión es que comprender al paciente no es algo gratuito o que empiece y acabe en un acto de empatía personal. Comprender al paciente, comprender el problema, es la mejor manera de encontrar la mejor solución, de adoptar unas pautas de actuación terapéuticamente eficaces.
Y el médico sufre importantes carencias en este sentido. El médico “se topa”, más bien, con un paciente al que no sabe cómo manejar, con el que no sabe cómo construir un vínculo que resulte satisfactorio y productivo para ambas partes. El médico, hoy en día, se ve en la necesidad de volver a inventar, de redefinir y reforzar el vínculo terapéutico. Y tiene serias dificultades para saber hacerlo.
¿Y la Industria?
La industria farmacéutica es, de hecho, la proveedora de formación y servicios para el colectivo médico. Es, ciertamente, quien mantiene al médico al día de lo que ocurre en las distintas áreas terapéuticas.
La Industria proporciona, efectivamente, una información muy abundante a los médicos sobre las patologías. Pero, comparativamente, proporciona mucha menos información sobre los pacientes. De los pacientes se saben, a lo sumo, datos epidemiológicos, socio-demográficos… y no mucho más. Y, sobre todo, muy poco de esas “historias” en las que se enmarcan sus enfermedades.
Con frecuencia, incluso, se produce la paradoja de que se pregunta a los médicos datos relativos a las vivencias de los pacientes. Cuando es el propio médico el primero que necesitaría tener tal información.
El médico, en efecto, necesita información sobre sus pacientes:
• Estructurada.
• Clara.
• Fiable.
Información, además, que pueda ser instrumentalizada de una manera que optimice su operatividad:
• Cuadernos para pacientes.
• Envases que faciliten el cumplimiento.
• Fichas de ayuda para cuidadores.
• Y los mil ejemplos a los que la creatividad pueda dar lugar.
Información, en fin, que ayude al médico a entender al paciente y a crear un vínculo terapéutico que se erija en el contexto idóneo para la actuación de los fármacos.
Este es uno de los retos a los que se enfrenta la industria farmacéutica. La misma cuenta aquí con un amplio campo de acción, lleno de oportunidades:
• La oportunidad de ayudar al médico, a través de información, de formación, de materiales… a construir vínculos terapéuticos satisfactorios con sus pacientes.
• Y la oportunidad de insertar cada producto en el contexto de dicho vínculo terapéutico.
Lo que sí podemos apuntar desde Psyma es que ésta es una tendencia creciente a nivel internacional: entrevistas, reuniones de grupo, intervenciones etnográficas, chats, foros soportados en la Red… con pacientes constituyen una práctica cada vez más habitual. La cuestión es que el paciente va cobrando un protagonismo cada vez mayor en las acciones de investigación. Y no para quitárselo al médico, sino porque, realmente, conocer al paciente es una excelente manera de ponerse en el lugar del médico, de comprender lo que sucede en la consulta, y así poder ofrecer al médico instrumentos que le ayuden a desempeñar su trabajo.
El beneficio, obviamente, será para aquellas marcas que, gracias a su acción facilitadora sobre la relación médico-paciente, consigan, asimismo, estrechar sus propios vínculos con los médicos y obtener su fidelidad.