Día sí día también me veo en la situación de ejercer de “consultora” de terceros acerca de la oportunidad y los beneficios de iniciar o trasladar negocios a Brasil, ya sea en el ámbito Healthcare o en muchos otros. Indudablemente, mi origen y los más de 20 años que llevo en este país suponen en sí mismos una contradicción con la tendencia imperante en la sociedad española de “cualquier economía mejor que la nuestra” y “para estar como estamos, mejor probar en otro sitio”. Y más de uno me pregunta cómo es posible que siendo brasileña no me haya decidido a tomar los bártulos e intentar aprovechar el auge económico de mi país de nacimiento.
Si lo pienso bien, tampoco me extraña. Brasil ha experimentado un auge de su clase media como nunca antes se había visto. Con una población casi 5 veces mayor a la española y una cultura de la salud y el cuerpo mucho más desarrollada que la nuestra, es lógico que compañías españolas y europeas vinculadas a la salud y la dermocosmética dirijan su expansión internacional hacia el “Ordem e Progresso”. Tanto potencial comprador y tanto aumento del poder adquisitivo suponen una zanahoria muy difícil de ignorar. Sin embargo, si algo tengo claro es que el “Progresso” de Brasil se ha hecho sin ningún “Ordem”, y los recientes indicadores económicos empiezan a presentar una deceleración que muchos anticipamos y que devolverá al país a situaciones pasadas en las que su trascendencia económica era prácticamente nula.
Brasil sigue siendo un país eminentemente exportador. La alta calidad de sus materias primas y la alta competitividad de sus procesos productivos la han situado, tras China, como la segunda economía emergente a nivel internacional pero condicionada a la demanda global y la salud económica de los países importadores. ¿Cuánto tiempo podía Brasil permanecer ajena al contexto de recesión internacional en el que vivimos? Hoy empezamos a ver cómo las estimaciones de crecimiento se reducen de forma progresiva en toda Latinoamérica y especialmente en Brasil, en el que los dorados años del 7,5% anual empiezan a caer en el olvido frente al 2,7% actual.
“¿Un 2,7%? ¡Ya lo quisiéramos aquí!”, me dicen los empresarios españoles con espíritu aventurero. No tan importante es la cifra como su verdadera expresión en la sociedad. Mientras Europa lucha por estabilizarse e iniciar la senda del crecimiento económico, Brasil marca una tendencia a la baja de la que empezamos a ser conscientes gracias a la difusión mediática de las protestas sociales y las manifestaciones en las principales ciudades del país. Con una inflación anual del 6,5%, nos encontramos con un país dimensionalmente enorme en el que el 53% de su población sobrevive con un nivel de renta entre 110 y 390 euros mensuales. ¡La mitad de la renta promedio mensual española! Seamos honestos: más de la mitad de la población de Brasil dispone de un nivel de renta que se sitúa en el umbral de la pobreza español. ¿Les exportamos nuestras producciones, a ver cuántas nos compran?.
Es cierto: Brasil crece y nosotros no. ¡Y lo que nos costará! Sin embargo, el punto de partida era tan bajo que su crecimiento no supone ni por asomo el despegue definitivo de su sociedad. Brasil sigue manteniendo un sistema sanitario de perfil bajo, unas altas tasas de inseguridad ciudadana y un estado de bienestar de difícil encaje con nuestra mentalidad europea. ¿Están convencidos los europeos de poder acostumbrarse al modus vivendi brasileño? Porque para hacer negocios en Brasil hay que estar en Brasil, vivir en Brasil y tener un partner de Brasil; tres condiciones casi imposibles de evitar (esto es algo que no se entiende hasta que se vive allí) a menos que estemos dispuestos a ver cómo nuestro negocio arranca a paso de tortuga, perdido en miles de trámites administrativos e inmerso en la dinámica lenta que caracteriza al país. Es curioso que ya se hable internacionalmente de “o jeito brasileiro de fazer as coisas” refiriéndose a los negocios, en la que el ritmo en la toma de decisiones y los márgenes de tiempo necesarios para la obtención de beneficios se eternizan. Con una estructura de impuestos para todos los disgustos, unos aranceles gigantescos a las importaciones y una densidad poblacional que convierte a las capitales en auténticas ciudades-estado, Brasil garantiza emociones fuertes a la hora de hacer negocios, pero desgraciadamente no garantiza el éxito de los mismos.
No me malinterpretéis. Soy brasileña, y nadie está más orgullosa que yo de sus orígenes ni disfruta más que yo de la belleza inabordable que ofrece, escapándome siempre que puedo para visitar a mi familia y los amigos que dejé allí. Pero no os dejéis llevar por el auge derivado de un momento puntual, de una época concreta, de una asignación de unos Juegos Olímpicos y de una organización de un Mundial de Fútbol. Brasil sigue presentando toda una serie de carencias endémicas que costará muchísimos años dejar atrás. De esas carencias algunos decidimos huir a través de la formación y el esfuerzo, y pudimos llegar a Europa dispuestos a ser partícipes de una sociedad y una estructura a años luz de la de mi país de origen. Sólo los brasileños sabemos lo duro que fue salir de allí y adaptarnos a Europa. Pero también sabemos que, al margen de la coyuntura económica actual del viejo continente y de España en particular, ésta sigue siendo nuestra nueva tierra a la que hemos aprendido a amar y respetar. ¿Cómo podemos recomendar a alguien salir de donde nos quedamos para ir al lugar del que nos fuimos?.
Probablemente, muchos no coincidirán conmigo. Pero yo prefiero seguir aquí, trabajando, mientras este continente vuelve al lugar en el que estuvo hace bien poquito que hacer las Américas y encontrarme con un país que, según múltiples analistas y muy a mi pesar, retrocederá más pronto que tarde. Pienso así, y mientras España siga apareciendo en la lista de los 50 primeros países en renta per cápita y Brasil no salga en ella, seguiré pensando que trabajar y vivir en Europa fue y sigue siendo la mejor decisión que he tomado.