Los antiguos alquimistas de la edad media prometían que podían transformar cualquier metal, independientemente de su calidad y valor, en oro puro. Actualmente siguen entre nosotros pero ya no trabajan con metales sino con personas, venden sus servicios como piedras filosofales con las que cualquier persona puede ser transformada en un atractivo profesional en el mercado laboral.

Estos nuevos alquimistas sociales se llaman Coacher y su figura es cada vez más común y demandada por empresas y profesionales. El coacher se ha convertido en una figura habitual en nuestra sociedad, pero no solo a nivel laboral, incluso programas de televisión han popularizado la figura como una especie de “hermano mayor” que nos hace ver nuestras virtudes para trabajar con ellas, potenciándolas hasta alcanzar el éxito.

Pero sin ánimo de trivializar con la importante labor del coach en Recursos Humanos, he conocido a coachers excelentes, con un grado de profesionalidad y de resultados francamente sobresalientes. El problema viene cuando una labor tan técnica se convierte en populista de manera  que la oferta de los servicios de coaching inunda el mercado de intrusismo y falta de preparación real e incluso de titulación.

Ha de ser un catalizador que, como palanca de cambio y a través de la auto reflexión, sea capaz de modificar la conducta aplicando un espíritu provocador que nos obligue a reflexionar para sacar lo mejor de nosotros a través de un pensamiento positivo y práctico.

¿Qué es lo que capacita a tanto “coacher profesional” para poder encaminar a un directivo hacia su excelencia latente?

El coach ha de ser un profesional avalado por una dilatada experiencia profesional que goce de buenas dotes de empatía, comunicación, pensamiento estratégico y espíritu provocador, no habiendo nada mejor que una persona con esta última cualidad para empujarnos hacia la identificación de nuestras posibles barreras e impulsarnos a pensar en la forma de corregir defectos y pulir virtudes.

Recientemente asistí a un Congreso de profesionales de Recursos Humanos en el que, el porcentaje de coachers respecto al resto de asistentes, era sorprendentemente alto. Estuve hablando con varios de ellos y me sorprendió su falta de alineación con el perfil que realmente corresponde a un profesional del coaching. De hecho percibí  mucho intrusismo, falta de rigor y experiencia para una profesión que es altamente especializada.

¿Por qué se produce este fenómeno coaching?, hay varias razones y si quisiéramos resumirlas se pueden resumir en estos factores:

1) El mundo de los Recursos Humanos no es ajeno a las modas que pueden ser pasajeras, y el coaching ha irrumpido descontroladamente intentando ocupar un nicho que demandaba ayuda altamente cualificada para empresas y directivos.

2) La crisis: nos encontramos con  un elevado nivel de desempleo entre profesionales de Recursos Humanos que han visto esta consultoría especializada del coaching como una buena salida profesional.

3) Los precios de este servicio han bajado ante la oferta elevada lo que los ha popularizado al hacerlos más asequibles.

La combinación de estas variables puede derivar hacia la banalización tanto de la profesión como de sus resultados y si no existe una corrección de la tendencia, es plausible pensar en la caída de su valor como servicio especializado, pudiendo pasar a ser un commodity como ya lo son otras herramientas en el desarrollo de las personas que no aportan valor (Ej.: Análisis y Descripción de Puestos de Trabajo). La labor de coaching es importante y por ello no hay que dejarla abandonada a campos abonados de falsos gurús.

Debemos ser más exigentes a la hora de contratar los servicios de estos profesionales tan críticos para el desarrollo de los directivos y las compañías: países como Alemania, Reino Unido y Estados Unidos reglamentan sus perfiles con el fin de asegurar la excelencia de los profesionales.

La labor de coaching es importante para empresas y directivos, pero huyamos de los alquimistas y pongámonos en manos de los verdaderos profesionales.