La economía de la salud es una expresión que está en boga pero, como pasa en muchas ocasiones con estos vocablos, ¿sabemos exactamente en qué consiste? De hecho, el término consiste en la aplicación de métodos económicos -tanto en el análisis como en la toma de decisión- y la derivación de medidas para optimizar el gasto sanitario. Y, ¿qué entendemos por optimizar? Pues simplemente se trata de intentar reducir costes sin que la calidad de nuestra sanidad merme.
Lo que en teoría parece muy fácil no lo es a la práctica ya que los recursos económicos destinados a la sanidad son finitos. El Estado y las Comunidades Autónomas trabajan con presupuestos cada vez más ajustados y con menor posibilidad de acudir al déficit. Por este motivo, la optimización de recursos es y será un factor cada vez más importante para poder mantener la alta calidad de nuestra sanidad. Si bien es cierto que la economía de la salud está algo más desarrollada en los centros privados, también es verdad que en los últimos años el interés del sector público por los criterios de coste-eficiencia ha ido en aumento.
Y es que el uso de métodos económicos en la gestión permite ahorrar millones de euros que se pueden invertir en otras partidas presupuestarias sanitarias. La aplicación de la economía a los asuntos relacionados con la salud constituye a día de hoy una palanca crucial para garantizar la sostenibilidad de nuestro sistema nacional de salud.
Por ejemplo, una medida tan sencilla como un protocolo de higiene de manos en centros sanitarios podría evitar un 40% las infecciones nosocomiales, es decir, las que se contagian en un entorno hospitalario. Según un estudio de la Federación Española de Empresas de Tecnología Sanitaria (FENIN), actualmente 1 de cada 18 pacientes que reciben asistencia contrae infecciones en el mismo hospital alargando su estancia entre 8 y 10 días, lo que supone un sobrecoste anual de 500 millones de euros.
Pero no todo vale en salud y se debe tener claro que aplicar criterios económicos no debe ser sinónimo de reducir la calidad. Las medidas tomadas deben garantizar calidad asistencial, equidad e igualdad, conceptos imprescindibles en cualquier toma de decisión en el entorno sanitario. Además, no tenemos que olvidar que la salud de los ciudadanos es uno de nuestros pilares como país y así tiene que continuar siendo.
Llegados a este punto, es importante definir cómo se debe afrontar el reto de la eficiencia económica. Esta debería ser cada vez más importante en el proceso de toma de decisiones sanitarias. Dos de los factores clave para garantizar el éxito de la economía de la salud son la formación y la colaboración, que se tienen que convertir en parte intrínseca de nuestra sanidad. Para poderlo llevar a cabo es necesario incrementar el conocimiento de gestión económico-financiera de los profesionales sanitarios. Para ello, la formación en economía de la salud en universidades y centros educativos podría ser una posible vía, así como la estrecha colaboración entre empresas y sanidad pública y privada.
Lo que es cierto es que el término economía de la salud ha llegado para quedarse y no lo podemos obviar. La gestión eficiente de nuestros centros sanitarios es un reto, pero también una oportunidad para poder tener más recursos para invertirlos en mejoras; no sólo sin bajar la calidad del servicio sino aumentándola.