En caso de duda, consulte a su médico o farmacéutico

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Georgina Salgado. Gerente. Caja Alta Edición & Comunicación.

En caso de duda, consulte a su médico o farmacéutico

24/8/2015
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¿Cree usted que todos los usuarios de medicación conocen el significado de la información contenida en el prospecto? Ya no la más técnica, sino la básica, como la que habla de “ingesta” o “vía parenteral”. Y, si quien está leyendo es un profesional del ámbito médico o farmacéutico, ¿pregunta expresamente a sus pacientes si tienen alguna duda en relación con su enfermedad o tratamiento? Si ha respondido a alguna de las dos cuestiones o a ambas de forma negativa, quien escribe le receta la lectura de este artículo. Lo menos que conseguirá será unas cuantas risas —tan saludables—; lo más, cambiar algún que otro (mal) hábito.

Hoy en día, raro es que alguien no haya oído hablar de la anécdota del paciente —normalmente de edad avanzada— que le pide al médico que por favor le cambie la medicación porque los supositorios le “saben muy mal” o le “cuesta muchísimo tragarlos”. Algo que inicialmente sería motivo de risa puede tener consecuencias no tan graciosas.

Tengo una hermana enfermera —también conocida como DUE (Diplomada Universitaria en Enfermería)— y trabaja para la sanidad pública en la bella Galicia. Todavía no ha conseguido una plaza fija, por lo que va rotando de hospital, según necesidades. En muchas ocasiones está en la planta de ingresos de Psiquiatría. No hace mucho me contaba que un fin de semana dieron permiso para ir a su casa, en una pequeña aldea gallega, bajo la supervisión de sus padres, a un joven cuya corpulencia, además de la divina providencia, le salvaron la vida. Me explico: llegado el día de su salida de fin de semana, mi hermana dio por escrito a los familiares del joven las pautas a seguir durante los días en que estaría fuera del hospital, así como la posología de la medicación pautada. El joven padecía brotes de agresividad y nerviosismo extremo, por lo que la toma de la medicación a sus horas y en sus dosis adecuadas resultaba fundamental, y así se lo recalcó la DUE a la par que hermana de quien escribe.

A su regreso al hospital el domingo por la tarde, la madre del joven le transmitió su desconcierto a la enfermera de turno: mi hermana de nuevo. Al parecer, el joven apenas había comido y por no hacer, ni siquiera se había levantado del sofá en todo el fin de semana. Se hizo sus necesidades fisiológicas básicas encima y apenas entreabría los ojos. Vaya, que de brote de agresividad nada de nada. Más bien, todo lo contrario.

Perpleja —ojiplática incluso— la enfermera (efectivamente, mi hermana), hizo revisión, punto por punto, de las pautas que el viernes le había facilitado. La madre del joven insistía en que ella “fixo todo o que puña no papel” (en castellano, que ella había hecho todo lo que ponía en el papel), pero que no había podido darle toda la medicación prescrita... porque no le llegó con el único envase que le había facilitado la susodicha enfermera. ¡¿!? “¡Pero si el frasco tenía para varias semanas…!”, pensó la DUE. Revisó el papel y comprobó que el doctor había escrito correctamente la posología, así que le preguntó directamente a la madre del joven por cuántas gotas le había dado, a lo que ella respondió que había tratado de darle todas las que ponía… o sea… “as duascentas tres pingas” (en castellano, las doscientas tres gotas). Al borde del desmayo y tratando de mantenerse en pie, la enfermera le dijo: “¡Ay, mujer, pero si en el papel pone dos o tres gotas!”.

Poco le pareció a la DUE todo lo que le había contado la mujer: incontinencia urinaria y fecal; apetito nulo; inmovilidad (vaya, lo que viene a ser adherido al sofá todo el fin de semana); y aquel apenas entreabrir los ojos que le describía la señora como única respuesta a las preguntas que le hacían sus familiares sobre si necesitaba algo o si quería salir un poco al jardín. Para levantarse estaría el pobre joven… Suerte tuvo de que al darle la madre el casi medio frasco el sábado, el domingo no tuviera más y recuperara milagrosamente parte de la consciencia y lograran meterlo en el coche para llevarlo de regreso al hospital.

En ese caso, se trató —obviamente— de un error de interpretación, y donde debió leerse 2 o 3 gotas… se leyó 203 gotas. Que no es lo mismo… ni es igual, que diría uno de los cantantes de pop español contemporáneos… La fortuna quiso que no pudieran llegar a darle tal cifra porque la cantidad contenida en el frasco —que agotaron en la primera toma— no llegaría ni a la cuarta parte… posiblemente ni a la quinta; eso y la divina providencia, tal como citaba al inicio de este artículo, además de su destacable corpulencia, que “pudo” con tal sobredosis de lo que suponemos todos era algún tipo de sedante para controlar su nerviosismo y agresividad habitual.

2 o 3 gotas, que no 203 gotas
No fue hasta diciembre del 2010 cuando la Real Academia Española incluyó de forma expresa en su Ortografía de la lengua española la prohibición de poner tilde en la conjunción o, “incluso entre cifras”, reza el texto que lo establece. ¿La razón? Concretamente, que “este uso de la tilde diacrítica no está justificado desde el punto de vista prosódico, puesto que la conjunción o es átona (se pronuncia sin acento) y tampoco se justifica desde el punto de vista gráfico, ya que tanto en la escritura mecánica como en la manual los espacios en blanco a ambos lados de la conjunción y su diferente forma y menor altura que el cero evitan suficientemente que ambos signos puedan confundirse (1 o 2, frente a 102)”.

Las antiguas máquinas de escribir dificultaban la distinción gráfica entre el cero y la o, pues muchas de ellas carecían no solo de la tecla para el número uno, por lo que debía utilizarse la ele minúscula para representarlo (l), sino también de la tecla para el cero, con lo que se utilizaba la tecla de la letra o, normalmente en mayúscula y, para distinguirlo de la o, se tildaba. De este modo, se suprimía cualquier posibilidad de error. En el caso del pobre paciente que tanto descansó durante el fin de semana fuera del hospital, seguramente se habría evitado la cuasitragedia si la madre hubiera leído “2 Ó 3 gotas” o incluso “2 ó 3 gotas”. Pero el papel que se había llevado, con la posología escrita a mano, quizá no era demasiado claro en cuanto a su interpretación.

Vaya desde aquí mi humilde sugerencia a todo el personal médico prescriptor de recetas y escritor de posologías, así como a todos los laboratorios farmacéuticos, para que tengan a bien incluir siempre la escritura en letra de aquellas dosis expresadas con horquillas numéricas: “Adultos: 2 o 3 gotas cada 4-6 horas (dos o tres gotas cada cuatro, cinco o seis horas); “Niños: 1 o 2 gotas cada 6 o 7 h (una o dos gotas cada seis o siete horas)”.

Vista la indudable trascendencia de la máxima claridad posible en las posologías de los medicamentos —al hilo de lo cual aprovecho para enviar desde estas líneas mi más sincera felicitación y reconocimiento a todos aquellos traductores y correctores de los prospectos de medicamentos que, cada día, trabajan bajo la enorme presión de saber que un pequeño error en su tarea puede acarrear trágicas consecuencias— conviene analizar la importancia de que los pacientes reciban una auténtica comunicación a la hora de ser informados. Si bien puede parecer un juego de palabras, no lo es. Porque aunque el software con el que la mayoría absoluta de quienes trabajamos con un ordenador nos invite a poner como principal sinónimo del verbo comunicar el de informar resulta que no lo son. En absoluto.

¿Informar = comunicar?
Informar es un acto unidireccional: el locutor de las noticias informa; el periódico también informa; pero comunicar implica que el informado (esto es, el receptor de la información) ha comprendido la información y la valida. Por tanto, comunicar implica informar pero informar no implica comunicar.

En una de las formaciones sobre comunicación eficaz in-company que imparto, el gremio asistente era personal médico. En un momento determinado del curso, insistí en la importancia de preguntar al paciente y/o familiares de este, de forma insistente incluso, si le/s había quedado clara la información recibida. Uno de los asistentes pidió la palabra y dijo que no comprendía esa necesidad, puesto que entendía que si a aquellos les surgía o quedaba alguna duda la preguntarían directamente.

“Nada más lejos de la realidad”, le dije yo. Por pudor, por timidez, por “educación” (como si preguntar dudas fuera sinónimo de falta de educación) o por miedo a molestar —las más de las veces— el paciente y/o sus familiares salen del despacho del médico con más de una duda. En ocasiones, con muchas dudas. Y los frutos de una interpretación errónea de la información recibida suponen siempre un coste. No solo anímico —pocas cosas generan más angustia que la incertidumbre—, sino en muchos ámbitos.

Al comienzo de este artículo aludía a la conocida anécdota del paciente que afirma que no le gusta que le receten supositorios por su “mal sabor” o la dificultad para tragarlos. Ha habido casos aún más kafkianos, como el del paciente que acudió a la farmacia preguntando si sabían por qué no le hacían el más mínimo efecto los supositorios que le recetaron y adquirió en dicho establecimiento para el dolor de riñón. Acostumbrada la farmacéutica a situaciones de lo más variopinto relacionadas con la forma de tomarse o aplicarse la medicación, consultó al paciente por cómo y cada cuánto estaba poniéndose los supositorios. “Bueno —dijo él—, en realidad los llevo puestos, mire”. Y acto seguido se levantó la camisa y le mostró la ristra de supositorios, en su envase metálico, pegados con cinta adhesiva al costado… tal cual balines de escopeta.

Y es que si salimos a la calle y preguntamos a la gente por el significado de “uso tópico” seguramente nos sorprenderíamos. Sí, “vía oral” es fácil; “vía rectal”, en principio también… si bien no todo el mundo conoce el significado de “recto” más allá de 'lo contrario de torcido'; pero ¿qué me dicen de “vía enteral”? ¿Y “parenteral”?

Los propios prospectos son generadores de confusión. Es frecuente leer esto en los de muchos supositorios:

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Uso de Xxxx 100 mg supositorios con los alimentos y bebidas
El uso de Xxxx junto con la ingesta de bebidas alcohólicas puede incrementar la toxicidad de Xxxx.
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Algunos dirán que queda clarísimo que se refiere a que mientras se esté bajo tratamiento con los supositorios Xxxx, no debe ingerirse alcohol, pero hay casos documentados que reflejan situaciones en las que el paciente, confundido al llegar a esa parte del prospecto, dudó y… se tomó el supositorio ¡con agua!, porque no debía ingerirlo con una bebida alcohólica.

Queda claro —entiendo— que cuanto mejor se puedan explicar las cosas en cualquier ámbito, mejor será; pero que si además estamos hablando de uno relacionado con la salud, con más motivo debe cuidarse la información que se transmita y con mayor frecuencia debería invitarse al paciente o sus familiares a consultar las posibles dudas que les surjan.

En caso de duda, consulte a su médico o su farmacéutico (y si es usted uno de estos últimos, invite a que le pregunten)
A aquel médico asistente al curso de comunicación eficaz le invité a probar una nada novedosa pero muy efectiva fórmula para mejorar (y mucho) la comunicación con sus pacientes y familiares de este: preguntarles, expresamente, si tenían alguna duda. “Es muy posible que te sorprendas", le dije.

Hace poco tiempo me escribió un correo electrónico. Me informaba (y yo validaba la información respondiéndole y mostrándole que había comprendido lo que me había dicho, con lo que se produjo un acto de comunicación por excelencia) de que tenía razón. Me contaba que había puesto en práctica mi sencillo consejo pocos días después de asistir al curso “más como un experimento que convencido de ello”, pero que el resultado le sorprendió enormemente. Era cierto. Pacientes que siempre solían salir de su despacho con un “Gracias por todo, doctor” y parecían tener todo claro como el agua de los Pirineos resulta que, en cuanto les invitaba a formularles cualquier posible duda, disparaban sin miedo y con cuestiones que aparentemente debían tener claras desde el principio del tratamiento… ¡iniciado muchos meses antes!

Sirva este artículo como humilde pero ilusionada recomendación a todos los profesionales del ámbito médico y farmacéutico, para que no den nada por sentado, para acoger —si les parece acertada— alguna de las sugerencias aquí incluidas y para invitar a sus pacientes y familiares de estos a preguntar aquellas dudas que les hayan podido surgir. Al fin y al cabo, ya lo dice el refrán: “Contra el defecto de pedir está la virtud de no dar”, ¿o era “Contra la virtud de pedir está el defecto de no dar”? :-).

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