El día a día de los médicos y demás profesionales sanitarios pasa por atender a sus pacientes con criterios de excelencia. Esta excelencia se fundamenta, entre otras cosas, en la búsqueda incesante de nuevos conocimientos a través de la investigación científica. Las inversiones en I+D de las empresas farmacéuticas sigue siendo vital para las instituciones hospitalarias, porque les permiten disponer de unos recursos que de otra forma sería impensable de conseguir, para satisfacer las múltiples necesidades no cubiertas en medicina.
El profesional sanitario, como pilar fundamental de los sistemas de salud, siempre está buscando la excelencia en su función de mejorar y/o mantener la salud del paciente, en base a sus conocimientos y experiencia de años tras enfrentarse día a día a la realidad cotidiana de cada paciente en particular y de las enfermedades en general. Pero, ¿de dónde salen esos nuevos conocimientos para evolucionar y avanzar en esta área? Naturalmente de un proceso muy bien engranado que nos permite llevar a cabo las investigaciones necesarias para poder resolver poco a poco el complejo mundo de las enfermedades y las necesidades médicas no cubiertas.
Pero, ¿a qué se enfrenta un investigador cuando se plantea una inquietud médico-científica? Fundamentalmente a la imperiosa necesidad de conseguir el apoyo necesario para tratar de resolverla en el ámbito clínico. Sin embargo, no es suficiente con tener una buena iniciativa sino que se debe contar con algo de experiencia para poder plasmar esa idea en un protocolo de investigación que debe tener una metodología lógica y aceptada universalmente, de tal manera que las conclusiones que se extraigan de cada estudio sean válidas para el conjunto de la población.
Este primer paso es crítico cuando se solicita financiación, que es el siguiente escollo que se encuentra el investigador en su carrera por resolver un enigma o una necesidad no cubierta en medicina. Y aún habiendo superado los dos pasos previos, le quedan entre otros, al menos uno tan importante como los anteriores que es el poner en marcha su estudio contando con colaboradores tanto de su entorno como de diferentes centros hospitalarios, que se comprometan a seguir las directrices propuestas con el fin de homogeneizar las conclusiones a las que se llegue al finalizar cada estudio.
Y, ¿qué sucede cuando se publican los resultados de sus trabajos? Empieza otra carrera de obstáculos en la que los profesionales sanitarios se encuentran con otras limitaciones que se salen del ámbito médico, para trasladarse al ámbito meramente administrativo donde hay manos todopoderosas que por encima del bien del paciente y de la potestad del médico, no permiten la implantación de terapias novedosas y demostradamente superiores a tratamientos estándar, en base a un criterio meramente económico, impuesto en la mayoría de los casos por personal no sanitario.
Hemos empezado diciendo que los profesionales sanitarios son los pilares fundamentales de los sistemas de salud; en ese mismo orden de ideas, que duda cabe que uno de los pilares fundamentales de la investigación clínica sigue siendo la industria farmacéutica, que en ocasiones ha sido prejuzgada duramente como la causante de los altos costes de los tratamientos disponibles, desconociendo la mayoría de la sociedad que cualquier nuevo medicamento lleva asociado un enorme esfuerzo tanto en recursos económicos como humanos para llevar a buen término estudios que lo único que pretenden es mejorar el bienestar de los ciudadanos.
Por tanto, es necesario subrayar que los medicamentos que salen a la luz, es decir, que llegan a ser comercializados, vienen precedidos por lo que se conoce como el desarrollo preclínico de los fármacos y que empieza por el descubrimiento de un nuevo compuesto (natural o sintético) que afecta a una condición médica. Se ha calculado que desde el descubrimiento de un compuesto hasta que se aprueba para su comercialización por las agencias reguladoras pueden pasar entre 10 y 15 años con un coste promedio de 1.200 millones de euros.
Figura 1. Evolución de costes para producirun nuevo medicamento. Fuente: Farmaindustria.
Las inversiones en I+D de las empresas farmacéuticas siguen permitiendo en gran medida que muchos de los proyectos de investigación que se originan en los hospitales se puedan llevar a cabo, ya que desafortunadamente las ayudas gubernamentales cada vez son más escasas, al menos en España, y si sólo se dependiera de ellas el atraso en investigación sería exponencialmente mayor.
Recientemente hemos visto publicado el dato de inversión en investigación de las empresas farmacéuticas que va en promedio del orden de los 1.000 millones de euros anuales constituyéndose en el sector líder en inversión en I+D, el 22% del total de la inversión privada española en este capítulo. Esta cifra es bastante generosa para los tiempos que corren, pero no deja de ser insuficiente para la alta demanda en investigación que los médicos españoles demandan cada día.
Pero es una cifra que se ha mantenido a lo largo de los años a pesar, no sólo de la crisis económica que ha afectado a todos y también muy duramente a la industria farmacéutica, sino también a pesar de las múltiple trabas que se generan para impedir la comercialización de nuevos productos reconocidos como muy avanzados y fruto de investigaciones llevadas a cabo en la mayoría de los casos con la participación de múltiples centros españoles.
Actualmente estamos asistiendo a unos escenarios en los que los grandes avances en medicina se están viendo en algunos casos truncados por la falta de visión de los actores que definen las políticas de sanidad. Tanto a nivel general europeo, como particular español, el mercado farmacéutico se ha visto afectado en los últimos años por medidas como las restricciones presupuestarias de los sistemas de salud, el aumento de cuota de los medicamentos genéricos o la mayor importancia del mero control de costes sobre el valor añadido o la evaluación de la efectividad de los nuevos tratamientos.
Esto puede traer como consecuencia dos cosas: una, que los pacientes no se lleguen a beneficiar de los más avanzados tratamientos disponibles para enfermedades hasta hace poco incurables; y dos, que esas políticas cortoplacistas desestimulen a las grandes compañías, que patrocinan estos estudios en pos de nuevos y mejores tratamientos, y que los niveles de inversión en investigación se resientan con el consecuente retraso en la incesante búsqueda de soluciones para las patologías que afectan a la sociedad.
Hay algunas áreas más sensibles que otras cuando se piensa en investigación clínica y en costes sanitarios. Por ejemplo, el área de las enfermedades raras lleva emparejado un enorme esfuerzo económico de las empresas farmacéuticas en pro de nuevos medicamentos para patologías con una baja prevalencia en la sociedad y por ello los costes de esos medicamentos son siempre altos. Igualmente hay novedades terapéuticas en otras áreas con enfermedades más prevalentes como la hepatitis C que demandan muchos recursos económicos para salvar vidas y que encuentran retiscencias en las autoridades sanitarias para implantarlas ampliamente.
Y qué decir de medicamentos cuyo valor fundamental es la prevención de la morbilidad en los pacientes afectos de algunas patologías graves como por ejemplo en los pacientes con arritmias cardíacas del tipo fibrilación auricular en quienes la prevención de un evento trombótico (ictus isquémico) no sólo les aporta una calidad de vida muy buena evitando en ocasiones una discapacidad de por vida, sino que genera un enorme ahorro en los gastos sanitarios aparejados a estas discapacidades.
Todo lo anterior nos lleva a reflexionar sobre lo vital que es mantener esa dinámica profesional sanitario – investigación clínica, sin la cual sería impensable la evolución de la civilización hacia unos estándares de bienestar cada día mejores basados en el impulso de iniciativas que son el fruto de una sociedad en continuo cambio y en pos de lo mejor de lo mejor para todos.