Hoy día es fácil echar la vista atrás y reconocer el largo y fructífero camino que se ha recorrido en el campo de la Medicina a lo largo de los siglos; sin embargo, es un campo cada vez más dinámico y en el que los futuros pasos a recorrer se aventuran difíciles ¿cómo plantear entonces un plan de ruta para seguir avanzando? La respuesta hemos de buscarla y plantearla en el campo de la investigación, claro está.
A lo largo de la historia de la Humanidad han sido numerosos los avances que se han ido produciendo en el abordaje de las distintas patologías que han ido afectando al ser humano, hasta tal punto que han sido numerosas las afecciones que hemos situado bajo control con la ayuda de la terapéutica, y muchos los agentes etiológicos acorralados, por así decirlo, o incluso erradicados. Esto es evidente cuando comparamos la esperanza de vida actual con la que existía hace cuatro o cinco siglos atrás.
Sin embargo, se evidencia que estos cambios se concentran y son más significativos en el último período de la existencia del ser humano. Aunque son muchos los aspectos que juegan un papel fundamental, una de las piedras angulares es la aparición de la investigación clínica, que comportó el cambio de la estrategia ensayo-error a la hora de tratar patologías, hacia una planificación y diseño minucioso con respecto a la aplicación del método científico en el campo de la Medicina y la obtención de estrategias terapéuticas de mayor efectividad. Hoy día hablamos ya de abordajes personalizados en función del genoma del paciente, lo que equivale a realizar un 'traje a medida' en cuanto al tratamiento del individuo.
¿Cómo poder llevar a la práctica este tipo de Medicina, a través de la investigación clínica, para que sea finalmente una realidad y no se quede meramente en una utopía?
Pues bien, para ello hemos de garantizar que cada uno de los elementos que componen ese ente dinámico que es la Investigación Clínica, evolucionan y avanzan hacia una meta común, al tiempo que deben garantizar y velar porque se alcancen los resultados de forma óptima y no han de verse lastrados por los intereses de los diversos agentes que participan en el proceso, cuyo concurso y coordinación es necesario para alcanzar la excelencia y poder lograr esa meta común.
Este último punto resulta crítico: en el ámbito de la Investigación encontramos la participación de:
• Entidades públicas, en forma de legisladores que han de velar por generar leyes que evolucionen conforme a las necesidades jurídicas y deontológicas que cambian constantemente en este ámbito, para garantizar sinergias y el correcto desarrollo de los estudios;
• el propio Sistema Sanitario, que ha de velar por la eficiencia de los recursos disponibles optimizando los resultados que se obtienen y garantizando la equidad de acceso a las terapias más efectivas, siempre valiéndose de los resultados que la Investigación Clínica nos arroja,
• sus agentes, los propios profesionales sanitarios, que se encargan de la coordinación y obtención de dichos resultados y que son responsables posteriormente de encajar las conclusiones de los distintos estudios, interpretarlos y llevarlos a la práctica clínica,
• Y, quizás el agente más cuestionado de todos, la Industria farmacéutica, necesaria (por la capacidad sponsorización de ensayos clínicos y estudios observacionales, muchos de los cuales no podrían llevarse a cabo sin su participación y aportación al mundo de la investigación) pero siempre bajo lupa y cuestionada por su potencial interés comercial.
Sin embargo, cada uno de los elementos anteriores juega un papel fundamental y necesario dentro de un equilibrio frágil y en constante cambio, pero que cristaliza en un avance inexorable y permite que los pacientes afectos de diversas patologías tengan cada día más opciones terapéuticas disponibles y mayores garantías sobre la eficacia y seguridad de éstas.
Y, ¿cómo realizar el planteamiento de investigación de manera óptima?
Ahondando en las distintas figuras que podemos encontrar dentro de la Investigación clínica, contamos con múltiples herramientas de las que valernos para generar conclusiones sobre la utilidad de un fármaco dentro del contexto del abordaje terapéutico de la enfermedad que trata y posicionarlo con respecto al resto de estrategias existentes y disponibles, atendiendo a muchos de los aspectos críticos: efectividad, seguridad, comodidad para el paciente… Se distinguen fundamentalmente:
• Ensayos clínicos per se: en los que existe intervención mediada y que generan el mayor grado de evidencia; resultan por tanto, fundamentales en la confección de guías clínicas de tratamiento de las distintas enfermedades
• Estudios observacionales: que estudian una serie de grupos de pacientes sobre los cuáles se aplicó una intervención en un punto del pasado, por lo general (aunque los hay que funcionan de manera prospectiva).
Entre la 'utilización' de ambas herramientas ha de crearse también un equilibrio, ya que, debido a las características intrínsecas de uno y otro, juegan papeles complementarios. Como ejemplo, el sesgo de intervención que se genera en el segundo no existe en el primero, y las posibles objeciones sobre la representatividad de la población estudiada en el primero (que puede estar muy restringida en función de sus criterios de exclusión o bien porque la ética nos impide realizar intervenciones sobre ciertos grupos de mayor sensibilidad, como las embarazadas) pueden ser descartadas al utilizar el segundo.
Hay muchas facetas a cuidar y a tener en cuenta a la hora de diseñar, realizar y posteriormente, interpretar un estudio. Solemos centrarnos en los resultados, aun cuando la metodología y el diseño son tanto o más importantes.
Que un ensayo sea doble ciego y que exista enmascaramiento resulta crítico para minimizar los sesgos de percepción por parte del paciente, por ejemplo, así como que los objetivos primarios y secundarios se adecúen al momento y evolución de la patología. Podemos encontrarnos con que los 'endpoints' que se utilizan hayan de evolucionar con la enfermedad.
No cabría hoy esperar que un estudio de abordaje de pacientes con infección por VIH, por ejemplo, midiera la supervivencia de la población de estudio. No es un ejemplo casual, ya que esta patología es una de las más representativas en cuanto a la capacidad de adaptación que se ha de tener en Investigación Clínica, que la ha llevado a un desarrollo en terapéutica que raya la excelencia. Si, al inicio, el interés residía en obtener fármacos que alargasen la supervivencia del paciente, se pasó después a premiar que fuesen seguros y bien tolerados, ya que los primeros agentes resultaban extremadamente tóxicos. Hoy día, reducido el número de comprimidos a uno sólo al día en muchos casos, nos centramos en la prevención de la aparición o retraso de posibles comorbilidades asociadas a la propia infección. Todo ello en un periodo de alrededor de 40 años desde que se produjo el primer caso. Resulta pues, un perfecto referente de cómo realizar un planteamiento efectivo en Investigación Clínica.
Equilibrio entre los diferentes agentes y búsqueda de la excelencia, optimizando las herramientas disponibles. Son la clave para seguir avanzando.